Las tragedias de los inmigrantes
Si la emigración fue una válvula de seguridad para la economía del Líbano, también probó, desde tiempos remotos, la paciencia de los libaneses, su asombrosa capacidad para soportar todas las dificultades, superar los obstáculos y afirmar, sea donde sea que estuvieren: ¡aquí estoy!
La emigración es algo antiguo, surca toda la historia y se hace más intensa a comienzos de 1860, cuando "el mundo desconocido" sedujo a muchos habitantes de la montaña que sufrían por la pobreza, la opresión, el hambre, por enormes angustias y amarguras bajo la tiranía turca, que acrecentaba la pobreza, la injusticia, provocando que la gente se muriera de hambre y que los jóvenes sucumbieran antes que sus padres. ¡La desesperación causada por el hambre hizo que a veces se llegaran a utilizar los cadáveres como alimento, a buscar la cebada en las heces de burros y mulas, porque la situación era desesperante!. A esto se sumó la plaga de langostas que hacía desaparecer lo que había quedado de verde...
La extrema gravedad del momento hizo surgir la idea de emigrar, que se intensificó y se afirmó en la mente de muchos como única salida de una situación imposible de soportar. Pero esta decisión implicaba tener el dinero necesario para poder realizarla. Muchos libaneses fueron obligados a endeudarse e hipotecar sus casas para obtener el pasaporte y lo necesario para el viaje... ¡Muchos aprovecharon la primera oportunidad que se les presentó para tomar el primer barco que encontraron y viajar a cualquiera de los cinco continentes!
La pobreza, el hambre y la opresión acompañaron a los primeros emigrantes del Líbano a los lugares en donde se instalaron, pero ellos, habituados a superar las adversidades, no se rindieron y buscaron alguna luz de esperanza, aunque mínima, detrás de muros aparentemente infranqueables. Y la encontraron en sus nuevas patrias, en una libertad que les faltaba en su Líbano, en una confianza, en una paz que habían perdido hacía tiempo...
El precio del viaje y sus exigencias eran muy grandes. Por eso, lamentablemente, era inevitable que "los hijos del país" debieran sobornar a derecha e izquierda con el dinero que habían obtenido de una hipoteca, de una venta o de una permuta, con el fin de conseguir pasar de los barcos de madera a los buques de vela que los llevarían más allá de las fronteras, adonde estaban depositados todos sus sueños... Pero no era nada fácil: la emigración les proporcionó su copa de amargura. Se postergaban las promesas y se retrasaba la realización de los sueños con la demora en la llegada de las barcazas, lo que los obligaba a pagar más y más en las casillas de espera. Poco a poco sustituyeron el atuendo nacional por otro extranjero, cambiaron el resto de su moneda turca por otra extranjera, subieron a bordo de buques acondicionados para el transporte de ganado, y emprendieron travesías llenas de peligros, porque el libanés de la montaña no conocía mucho del mar, no sabía nadar y las olas lo atemorizaban... Se embarcaba provisto de consejos y sugerencias de aquí y de allá. Debía, por ejemplo, evitar llevar grandes bolsas, cuidarse de los mareos absteniéndose de tomar líquidos y sustituyéndolos por un poco de coñac para aliviar el vértigo o el dolor de cabeza y prevenir el vómito. Se les recomendaba también tener mucho cuidado con los ladrones, los estafadores y los herejes...
Dilemas y asesoramientos, algunos pasos para adelante y otros para atrás, sueños y realidades... Y otras contradicciones que el libanés sufrió en su aspiración a tener un hogar en el mundo. Los viajes hacia el mundo de sus ensueños estaban llenos de escenas dolorosas. ¡El libanés tenía que dormir en la cubierta, en los estrechos pasillos, entre las cargas y junto con las vacas y ovejas que migraban hacia sus nuevos mataderos! Soportaron con paciencia, soñaron con honestidad y enfrentaron con valentía las malas condiciones de ese traslado que duró semanas. Las travesías se iniciaban en el puerto de Beirut hasta el puerto de Jaffa, en Palestina, y de allí a Port Said en Egipto, luego a Alejandría, donde el barco permanecía algunos unos días antes de comenzar una nueva etapa - que duraba una semana - hasta Marsella, en Francia, o Nápoles, en Italia, y allí, ya en Europa, los grupos de emigrantes esperaban, una vez más, a que un barco los transportara hasta el continente americano... A lo largo de esta huida dolorosa los libaneses eran víctimas del fraude y algunos de ellos se perdieron al no poder elegir el destino correcto de su viaje debido a la negligencia de los agentes que habían abusado de ellos.
¡Querían viajar a la Argentina, por ejemplo, pero se encontraban en Brasil! ¡Nadie los esperaba, nadie se preocupaba por ellos, nadie los guiaba, los orientaba! Lloraron, sufrieron, pero resistieron, y por supuesto, lograron sobrevivir.
A pesar de todos los casos de explotación, a pesar de todas las amenazas, el sueño de encontrar un mejor destino siguió grabado en la mente de los primeros emigrantes libaneses. Muchas veces, durante ese duro y difícil camino, el pánico era su único compañero porque temían ser rechazados en el puerto de destino y obligados a volver al Líbano a causa de algún problema médico o político, o incluso por algún equívoco en su nombre o en la forma de su pronunciación. Por estas razones, familias enteras quedaban detenidas durante días y semanas... Muchas veces los emigrantes describieron con precisión estas etapas difíciles de su vida, reflejando muy bien las pruebas psíquicas, emocionales y físicas que habían afrontado.
Quienes eran capaces de sobrevivir continuaron el viaje, y con suerte, llegaron. Muchos cruzaron el continente americano desde el puerto de Nueva York en los Estados Unidos y los puertos de Río de Janeiro y Santos en Brasil. El primer problema que enfrentó la mayoría fue el idioma, porque eran raros los que sabían leer y escribir o conocían alguna lengua extranjera. Además tenían muy poco dinero. Tampoco tenían parientes ni conocidos en los nuevos países...
Llegaron, pero ¿qué les depararía el nuevo destino? ¿Cómo interactuarían con las nuevas comunidades? ¿Dónde dormirían? ¿Cómo comerían? ¿En qué trabajarían...? ¡Era realmente una etapa difícil, un episodio nuevo!
El mayor problema era el idioma. Cuando les preguntaban sus nombres, los empleados de los registros aduaneros - la mayoría de las veces carentes de la necesaria instrucción - eran incapaces de pronunciarlos. Por eso, simplemente sustituyeron los nombres, les añadieron letras o eliminaron otras de un plumazo. Cambiaron los apellidos de familias libanesas o los alteraron, y en su lugar les dieron otros que no se parecían en nada a los verdaderos. Eran identidades que los alejaron de su origen.
Ustedes se preguntarán: ¿Qué hicieron los hijos del país para superar las nuevas pruebas?
¿Se fortalecieron?
¿Durmieron bajo los árboles?
¿Tuvieron hambre?
¿Trabajaron como agricultores? ¿En la industria? ¿En el comercio?
¿Cómo se movieron de una ciudad a otra?
¿De dónde consiguieron el dinero necesario para vivir?
El inmigrante libanés eligió principalmente el comercio ambulante (en cestas: al kachche). Fueron conocidos por este tipo de comercio y se trasladaban de un pueblo a otro a pie o a lomo de burro o mula. Aprendieron palabras simples del idioma local, llamaron a las puertas, ofrecieron su mercancía pero a veces se las cerraron en sus caras. No se rindieron. Sufrieron, pero siguieron. Soportaron el frío, la lluvia y el calor. Perseveraron y llegaron a donde sus intereses comerciales los llevaron.
Gracias a estos vendedores ambulantes, prosperó el comercio. Vendieron, compraron y transportaron las mercancías a ciudades y pueblos casi aislados. Formaron una clientela, vendieron a crédito, e hicieron trueques... Este tipo de comercio se lo recuerda hasta hoy y es una lección, un ejemplo de la lucha de un pueblo que quería vivir. Y cuando un pueblo aspira a la vida, encontrará sin duda los medios para obtenerla. Las puertas empezaron a abrirse, y comenzaron a establecerse buenas relaciones, hermosas, entre los primeros inmigrantes y los pueblos a los que arribaron. Comenzó a crecer el comercio ambulante para transformarse gradualmente en un comercio estable, en tiendas...
Poco a poco se reunieron en la misma calle los parientes, los hijos de un mismo pueblo. La mayoría de ellos se casó con familiares. Tomemos, como ejemplo de esta nueva realidad, a la gente de Baabdat que emigró a la Argentina, específicamente a la ciudad de Güemes, en la provincia de Salta, en el extremo noroeste de la Argentina. Esta ciudad fue conocida entre los inmigrantes baabdatenses como "la pequeña Baabdat".
A los inmigrantes libaneses los llamaban - por ignorancia - "turcos", una denominación que por supuesto era injusta para ellos que justamente habían huido de las violaciones y la injusticia turcas y habían buscado otro lugar para vivir. Las autoridades de los países de destino se basaron en las tarjetas que traían los inmigrantes, otorgadas por las autoridades turcas otomanas... ¡y pusieron así a los inmigrantes libaneses en la misma bolsa que a los turcos! Este error existe hasta hoy y se le aplica a algunos miembros de la comunidad siria y libanesa. Algunas comidas turcas o sirias disfrutaron también de la notoriedad de la cocina libanesa para conquistar su propia fama. ¡Y el libanés que consigue escapar de ser considerado turco, es llamado muchas veces sirio-libanés!
¡Qué difícil fue la emigración de antaño! El mundo no estaba tan cerca como hoy, en el que los viajes por avión acortan las distancias. ¡Al contrario, la persona que cerraba sus maletas y se marchaba tenía la impresión de irse para siempre! Y muchas veces fue así. Los que partieron dejaron a sus familias, a los niños, los parientes y la patria... Pero hoy podemos decir de ellos que trabajaron, se fatigaron, esperaron pacientemente y vencieron. Fueron conocidos por su lealtad y su sinceridad, y se decía de ellos: ¡cuando un libanés empieza el comercio ambulante se lo conoce como turco, cuando abre una tienda lo llaman sirio, y cuando se hace rico, en ese momento, dicen que es libanés!
Ellos son nuestro pueblo, nuestra dignidad, nuestra lucha y nuestro testimonio en todo el mundo... Los primeros inmigrantes construyeron una base sólida que permitió al Líbano ser, poco a poco, uno de los países más importantes en el mundo. Se fatigaron, desesperaron, velaron, perdieron, ganaron, sufrieron, aguantaron, se enfermaron, fueron felices, lloraron... Todas estas etapas los arraigaron más en el lugar en donde se instalaron, abriendo la puerta grande para los libaneses que los siguieron y formaron la estructura de la seguridad económica del Líbano en tiempos de adversidad.
Escribimos acerca de ellos con orgullo, leemos con atención su historia llena de heroísmo y seguimos conscientemente sus caminos para sentar las bases del Líbano, dondequiera que nos instalemos.
Una reverencia respetuosa ante ellos a través de nuestro sitio, el suyo, el vuestro...